«¡Era tan guapo y tan grande! Era un pequeño tanque», dice Shannon, al recordar la felicidad que sintió la primera vez que ella y su esposo Steven sostuvieron a su hijo más pequeño hace solo un año. «Inmediatamente supe que su nombre iba a ser Wyatt James».
Pero luego, notó protuberancias y ampollas raras que cubrían el cuerpo de Wyatt de la cabeza a los pies.
«Solo lo pueden sostener un minuto», les dijo una enfermera. «Lo tenemos que llevar a la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales».
Lo que debió haber sido uno de los momentos más felices de la familia se convirtió rápidamente en uno sombrío al temer por la gravedad de la afección de Wyatt. El equipo de dermatología sospechaba que podía ser una enfermedad de la piel, pero no podían estar seguros.
Wyatt necesitaba ser trasladado al Lucile Packard Children’s Hospital Stanford.
«Me daban ganas de llorar cuando pensaba en el hecho de que su primer paseo en automóvil iba a ser en una ambulancia a otro hospital, en vez de a casa con nosotros», dice Shannon. «Como mamá, siempre hacemos lo que tenemos que hacer para cuidar de nuestros pequeños. No me importaba que acababa de dar a luz y que seguía recuperándome, mientras pudiera estar con mi adorado Wyatt».
Un equipo de transporte especial vino para traer al bebé Wyatt a nuestro hospital y nuestros especialistas se pusieron en marcha rápidamente. Los siguientes días fueron terriblemente lentos mientras el bebé Wyatt era sometido a inumerables pruebas para descartar distintas enfermedades.
Al final, después de seis días de auscultar y pinchar, llegó el diagnóstico: mastocitosis cutánea difusa, una enfermedad de los glóbulos blancos. Wyatt es uno de solo 30 casos de bebés que se han presentado en los Estados Unidos. Corre el riesgo de entrar en choque anafiláctico en cualquier momento y los doctores no están seguros de los efectos que el EpiPen (la última línea de defensa) tendrían en un bebé. Las buena noticia: la enfermedad es algo manejable con medicamentos diarios, un estilo de vida modificado (ejercicio, calor, frío y luz del sol limitados) y revisiones frecuentes.
«Me siento increíblemente bendecida de vivir en el área de la Bahía y tener acceso a este hospital de clase mundial», dice Shannon, conteniendo las lágrimas. «Tienen la experiencia que a otros hospitales les falta. Si no fuera por el Lucile Packard Children’s Hospital tal vez seguiríamos sin saber qué tenía Wyatt y cómo tratarlo».
Hoy, el pequeño Wyatt (quien acaba de celebrar su primer cumpleaños en nuestro hospital) es un niño perfectamente feliz. Le encanta comer aguacates, bailar música country y jugar con sus hermanos mayores. Casi todos los días se topan con algún extraño preocupado de que Wyatt tenga varicela o porque sea contagioso (no lo es) y la familia aprovecha estas oportunidades para crear conciencia de la enfermedad de Wyatt, compartir su historia y trabajar para encontrar una cura.
«AMO este hospital por muchas razones. Sus doctores son los mejores», escribe Shannon en su página de redes sociales. «Ellos cuidan y en verdad se preocupan por cada paciente».
Authors
- Ali Kagawa
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- Stanford Medicine Childrens Health
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