El lunes 20 de julio, 50 niños se subieron a un autobús en St. Bede’s Episcopal Church en Menlo Park. ¿La ocasión? Pasar toda una semana en el norte, a 100 millas, en St. Dorothy’s Rest en Camp Meeker, California. Todo fue parte del Campamento de trasplante de órganos sólidos para niños de 8 a 18 años que han recibido trasplantes de órganos en el Lucile Packard Children’s Hospital Stanford.
«Es donde ser un niño es primero y haber tenido un trasplante pasa a segundo lugar», dijo la coordinadora Kirsten Cotton-Sheldon, especialista en terapia recreativa y de child life en el hospital.
Por más de 20 años, St. Dorothy’s ha estado donando una semana para que los niños disfruten, al mantener la misión fundadora original del campamento que era ser un lugar para que descansen niños convalecientes.
Conforme las familias esperaban en la fila para registrar a los campistas y despedirse de ellos, la escena dentro de la iglesia estaba llena de emoción y energía. Todos estaban experimentando una sensación especial de comunidad. Los padres de todo California compartieron historias con un tema similar pero inolvidable: la donación de órganos salva vidas. Mientras tanto, los niños con corazones, hígados, pulmones y riñones trasplantados estaban siendo dirigidos por los guías del campamento para que conocieran mejor a sus compañeros de campamento. En ese momento es cuando pusieron la canción clásica del campamento, «Amo a mi vecino». Eso es lo que yo llamo un rompehielos.
Una semana tan especial para una población tan especial requiere de mucha planeación y preparación. Muchos medicamentos y suministros médicos fueron transportados al campamento junto con conocimientos específicos de la afección médica de cada campista. Debido a los complejos regímenes médicos, los acompañan seis enfermeras del hospital, pero los padres y los médicos se quedan.
Desde el principiante nervioso hasta el veterano fresco y calmado de 10 años, había un rango de campistas listos para disfrutar su semana lejos de casa, y para experimentar todas las maravillas del campamento, desde nadar hasta caminar en la montaña, hacer fogatas y más.
Sophia Jadzak, de 18 años, que asiste por décimo año y es también su último, ofreció un punto de vista de veterana de lo que hace que esta semana sea tan mágica. «Nuestro campamento no es como ningún otro», dijo Sophia, quien regresará a casa con otros campistas el sábado 25 de julio. «Ya que todos compartimos la experiencia de haber tenido un trasplante, rápidamente nos volvemos una gran familia. Es una experiencia tan poderosa que al final de la semana, muchos de nosotros nos abrazamos y lloramos porque nos hemos vuelto muy cercanos».
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