
Las mujeres que son obesas cuando se embarazan tienen mayor probabilidad que otras madres embarazadas de tener un bebé nacido muerto (mortinato). Pero la mayoría de los estudios de esta relación han incluido a muy pocas personas para dar información detallada sobre qué mujeres obesas tienen mayor riesgo, o qué etapas del embarazo es más probable que se vean afectadas.
Una nueva investigación de Stanford, dirigida por Suzan Carmichael, doctorado, y publicada esta semana en PLOS ONE, cambia eso. El estudio utilizó una base de datos de California muy grande de registros vitales sobre nacimientos vivos y mortinatos, lo que le permitió al equipo de Carmichael comparar 4000 mortinatos, en los que el bebé había nacido muerto después de por lo menos 20 semanas de embarazo, con un grupo de control de 1.1 millones de nacimientos vivos después de embarazos a término.
Con el gran conjunto de datos, los investigadores pudieron examinar el efecto de la raza y el origen étnico de las madres, si las madres habían dado a luz antes y qué tan avanzados eran los embarazos al momento de los mortinatos. Excluyeron del análisis los casos en los que un factor fetal obvio (como una anormalidad cromosómica) o una enfermedad materna conocida (como la diabetes) fue el probable responsable del mortinato.
Lo que surgió fue una imagen complicada. En general, una mayor obesidad estaba relacionada con un mayor riesgo de mortinato, con un aumento de 10 unidades en el índice de masa corporal equivalente a un aumento del 1.5 o el doble de riesgo de mortinato y otro estudio reciente llegó a conclusiones similares.
Pero el aumento en el riesgo no fue igual en todos los grupos de mujeres ni en todas las etapas del embarazo. Por ejemplo, dentro de las mujeres hispanas que nunca habían tenido un niño antes, el nivel más extremo de obesidad concedió un aumento quíntuple a síxtuple en el riesgo de tener un mortinato entre las semanas 20 y 23 del embarazo y alrededor del doble de riesgo de mortinato cerca de la fecha prevista de parto, pero no estaba vinculado con ningún cambio en el riesgo de tener un mortinato entre las semanas 24 y 36 de gestación.
Sin embargo, sí surgieron varios temas. La obesidad aumentaba de manera constante el riesgo de los mortinatos más tempranos (entre las semanas 20 y 23) independientemente del origen étnico de la madre o de si había tenido otros hijos. Esto es similar a otro hallazgo reciente de Stanford que indica que la obesidad aumenta el riesgo de los nacimientos vivos más prematuros.
En la sección de discusión del documento, los autores escriben lo siguiente:
La obesidad y el mortinato son complejos y hay muchos factores posibles que puedan contribuir a su asociación. El mortinato puede surgir de una variedad de afecciones diversas, que incluyen insuficiencia placentaria, inicio del trabajo de parto prematuro o de la ruptura de membranas prematura, infección y anormalidades del cordón umbilical. La obesidad podría contribuir a cualquiera de estos problemas. Además, la obesidad puede contribuir a una menor sensibilidad con respecto a la detección de complicaciones fetales, por parte de las herramientas de monitoreo o de la capacidad materna de detectar cambios en el movimiento fetal.
Los autores esperan que sus hallazgos ayuden a arrojar luz sobre las causas de los mortinatos y, tal vez, sobre cómo se pueden prevenir algunos casos.
La investigación estuvo financiada por el March of Dimes Prematurity Research Center de la Universidad de Stanford y el Stanford Child Health Research Institute.
Vía Scope
Foto de sincerely, brenda sue
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- Erin Digitale
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