Cuando se trata de trasplantes de hígado que le salvan la vida a niños, recibir un órgano de un donante vivo tiene una variedad de ventajas médicas comparado con uno de un donante difunto. Esas ventajas incluyen menos tiempo de espera, mejor disponibilidad y calidad de órganos, facilidad para programar citas y resultados médicos mejorados. Pero ¿hay también beneficios emocionales?
En un estudio reciente publicado en Progress in Transplantation, la enfermera científica Annette Nasr, enfermera titulada, doctorado, y sus colegas se propusieron aprender sobre la experiencia emocional y familiar de los adultos que donaron una porción de su hígado a sus hijos. La Dra. Nasr se interesó en el estudio de los efectos emocionales a largo plazo de ser un donante vivo cuando era coordinadora de trasplantes en Lucile Packard Children’s Hospital Stanford. «Siempre me pregunté qué pasaría con los donantes cuando se fuesen a casa y de qué manera afectaba la donación en su dinámica familiar».
La Dra. Nasr, quien también es profesora clínica asistente de pediatría y gastroenterología en la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford, y sus colegas entrevistaron a los padres donantes. Descubrieron que, aunque la donación en vida tiene riesgos físicos y emocionales, los padres la consideraron una experiencia «transformadora». El estudio reveló que los padres que participaron en donaciones de hígado en vida se sentían empoderados porque, al donar parte de su propio cuerpo, estaban directamente implicados en salvarle la vida a su hijo. Los resultados también demostraron que los donantes se sintieron empoderados en una situación que de otra manera hubieran sentido fuera de su control. Un participante comentó que, «con la donación en vida de un pariente, sabíamos de dónde venía el hígado y podíamos programarlo. Era una mejor compatibilidad y la tasa de supervivencia también era mejor».
Otro efecto observado fue el enfoque en las relaciones, ya que muchos donantes señalaron que su relación con su hijo se hizo «más fuerte que el lazo normal entre padres e hijos». Una donante señaló que el comportamiento de su hija después del trasplante indica que «tienen un lazo enorme que es un poco más fuerte que lo normal. Sabe que su mamá ha hecho algo extra especial por ella».
El estudio también destacó un aumento en la consciencia de la comunidad y en la forma en que dio apoyo antes, durante y después del trasplante. Los donantes partieron en gran medida con un deseo de dar algo a sus comunidades.
«Todos los donantes que participaron experimentaron algo que los transformó», comenta Nasr. Como lo dijo uno de los padres donantes: «Iba con mi hija y me daba cuenta de que tenía un gran efecto en mi vida en ese momento. Limpió mi estado mental y desarrolló una vida nueva al recrear a mi familia y a mi ser interior».
El estudio reveló que, después de la donación, los padres se convirtieron en algo más que padres: eran «individuos que habían arriesgado su vida para salvar la de sus hijos». Esta experiencia no solo reforzó los lazos de la familia inmediata, sino que ayudó a extender aquellos lazos más allá del yo, más allá de la familia y hacia la comunidad.