
Cuando el Dr. Victor Carrion era un becario psiquiátrico pediátrico a mediados de los años 90, tuvo un momento de iluminación sobre sus pacientes que se comportaban mal que fijó la trayectoria de su carrera. Estos niños habían sido traumatizados y los adultos a su alrededor no lo reconocían.
Describió lo que pasó en el artículo principal en la revista Stanford Medicine:
«Los niños venían a verme con breves notas de sus maestros que decían ‘Este niño tiene TDAH. Recétele Ritalin’”, comenta Carrion. Riendo un poco, recuerda su reacción medio graciosa a estas misivas: «Guau: se ha dado un diagnóstico; hay un plan de tratamiento; no me queda mucho por hacer aquí».
Pero después de obtener con prudencia las historias de vida de varios pacientes, se dio cuenta de que aunque algunos tenían TDAH, muchos otros habían sido traumatizados por experiencias de maltrato, descuido y por haber sido testigos de violencia en sus casas o comunidades. Sus reacciones —una triada de comportamientos de autoprotección que los expertos resumen como «lucha, huida o parálisis»— estaban siendo mal interpretadas como la distracción, hiperactividad, agresión y poca cooperación que son típicas del TDAH.
Carrion se dio cuenta que se entiende muy poco de los traumas de la infancia. La gente suponía que los niños eran más fuertes ante los traumas que los adultos (y no lo son), que uno se puede enfrentar al trauma ignorándolo (no) o que los niños se traumatizaban antes de que tuvieran el vocabulario para describir lo que estaba pasando y sencillamente se olvidaban de lo que pasó (de nuevo, no es el caso). Quería entender lo que en verdad estaba pasando.
Ahora, casi 20 años después, su trabajo y el de muchos expertos en traumas en todo el país, demuestra de manera clara que no podemos darnos el lujo de ignorar la gran sombra proyectada por el maltrato, el descuido la violencia y cualquier otra inestabilidad que suceda en los primeros años de vida. «Necesitamos abordar el trauma porque afecta la salud, punto», me comentó Carrion. «No solo la salud mental; también afecta la salud física».
Aunque, como lo explica mi historia, la naturaleza generalizada y los efectos a largo plazo de los traumas de la infancia son desalentadores, hay buenos motivos para tener esperanza. Carrion lo ha visto en los niños que reciben tratamiento centrado en las señales , una terapia contra el trauma que él desarrolló en Stanford:
«Muchos niños se ven a sí mismos como malos, como un problema o como locos», dice Carrion. «Les enseñamos que su respuesta a los traumas es algo adaptivo y por lo tanto sus cuerpos lo aprendieron muy bien porque lo entendían como una buena respuesta. Pero cuando muchos recordatorios mantienen y disparan la respuesta, el cuerpo ya no es susceptible a la adaptación».
…Carrion se muestra optimista sobre el hecho de que el tratamiento provocará mejoras duraderas en las vidas de los niños.
«Los niños lo entienden», dice. «Pueden decir, ‘Eso es lo que me está pasando a mí’, y convertirse en sus propios agentes de cambio».
Vía Scope
Ilustración de Gérard DuBois
Authors
- Erin Digitale
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